Y llegó el cierre de esta serie de entregas sobre el trabajo de Peter
Jackson con El Hobbit. La batalla de los cinco ejércitos en versión extendida
dura la friolera de dos horas y media, pero no me dilataré
tanto. Comenzamos, avisando de que habrá spoilers (aunque a estas alturas ya no
deberían serlo).
La película comienza con el ataque de Smaug sobre la ciudad del lago.
Bardo comienza a lanzar flechas sin éxito y su hijo (al que odio profundamente)
le lleva la flecha negra, con la que mata a Smaug. Hasta ahí todo bien, si no
fuera porque esto se produce en lo alto de una torre medio derruida y en llamas,
y con el hijo usado como soporte de la flecha.
Es un comienzo con un acontecimiento importante, tal vez demasiado
como para que no hubiese sido El cierre de La Desolación de Smaug. Es cierto que
en el libro Smaug muere muy pronto, pero creo realmente que ubicar la escena en
esta película tiene menos sentido que en la segunda. Además, la forma tan absolutamente demasiado peliculera queda fuera de lugar.
La película sigue con los refugiados, y con una nueva dosis de ese
idilio amoroso entre Tauriel y Kili. Me ahorraré insultos e improperios al
respecto, pero me parece una historia tan absurda como en su origen. A lo largo de las algo más de dos horas y media de película (Bravo, Peter, te has ahorrado trabajo a última hora) nos siguen torpedeando con esta edulcorada historia. Si a eso le añadimos que por medio está Legolas, apaga y vámonos. Todavía quedan algunos coletazos que me ahorro para el final de la entrada.