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miércoles, 8 de septiembre de 2010

Mi encuentro con los enanos

Mi memoria, y mi pudor, todavía se resienten cuando recuerdo nuestro primer encuentro. Sus toscos modos, su fanfarronería y eran dignos del estereotipo de enano que recorre la Tierra Media de uno a otro confín. Su nombre era Zanger, y su maestría en el combate me ayudó en más de una ocasión. A él debo la vida y no tengo por más que dedicrale estas líneas.

Nuestra amistad se engendró en las lomas de las Montañas Nubladas. Jamás habría esperado toparme allí con uno de esos amantes de las entrañas de la roca, pero vive Eru que allí estaba Zanger, rodeado de perros salvajes que lo atacaban sin cesar. "¡Venid a mí, que ya veréis lo que os espera!", vociferaba hacha en mano en oestron, como si aquellos animales atendieran a razones distintas del hambre y la sed. En principio, pensaba no intervenir, pues sé de lo orgullosos que son los enanos y lo poco que toleran que se ponga en duda su pericia en tan fogoso arte, pero mi corazón no tuvo por más que empujarme en auxilio del achaparrado guerrero.

La cuerda de mi arco se tensó cuando coloqué la primera de las muchas flechas que creía que iba a utilizar. Dejé volar el proyectil, y uno de los lobos cayó fulminado. "¡Maldito elfo, casi me das!" me gritó Zanger cual demonio encabritado. Más tarde sabría que en verdad agradeció mi ayuda, y que sólo expresó aquella fingida ira porque tenía "una reputación que proteger", pero eso lo reveló muchos años después, en aquel encuentro con los orcos de Emyn Muil en el casi pierde la vida.

"Explora la Tierra Media conmigo, señor enano"- le propuso Bindôlin a Zanger. El pequeño guerrero jamás contestó al ofrecimiento del elfo del Bosque Negro, el cual nunca más hubo de recorrer la Tierra Media sólo.

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