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jueves, 28 de octubre de 2010

El mago y el animista

Dejamos Minas Tirith a nuestras espaldas con bastante alegría por lo vivido allí. Entre sus vastas calles y sus cuestas sin final, mi grupo encontró a dos viejos amigos a los que no veíamos desde el altercado en las montañas azules. El nombre de uno de ellos siempre nos fue desconocido, pero todos le llamábamos el mago, obviamente por su afinidad con esa “brujería élfica”, como diría Zanger. El animista, por su parte, no encerraba misterio alguno ni sobre su nombre ni sobre su origen. “Hader, hijo de Haron, de la Marca de Rohan.” Se presentaba cortésmente cuando se terciaba la ocasión.

El mago era un elfo noldo, antiguo pariente mío por lo tanto, pero algo más orgulloso y propenso a menospreciar a los demás que los sinda, mis auténticos hermanos de sangre. Siempre caminaba entre tinieblas, con su túnica gris que denotaba su posición neutral con la magia. A nada temía, ni de nada huía, pues su poder y valentía le hacían un rival temible. Nos alegraba contar entre los nuestros a alguien con tan hábiles manos para con la magia, aunque la desconfianza a veces pudiera brotar en ciertas ocasiones.

Hader, como se ha dicho, procedía de Rohan, lo cual es más que válido como tarjeta de presentación. Su largo cabello rubio escapaba de su casco de plata con figuras de caballos. Al contrario que la mayoría de sus hermanos, no acostumbraba a cabalgar a lomos de bestia alguna, pues le gustaba disfrutar de los caminos de la Tierra Media con sus propios pies. Ni qué decir tiene que Zanger aprobaba con premura este gusto de Hader “¡¿Caballos?! Jamás un enano o un hombre que se precie deben ir a caballo. La fuerza de sus piernas y su voluntad deben ser lo único que lo guíen en su camino. Caballos…”

En aquella ocasión fue el mago quien nos comentó lo mucho que habían descubierto en Minas Tirith. De la ciudad blanca extrajeron un par de buenas historias de trolls y orcos en el folde Oeste, y allí nos iban a empujar nuestros corazones sin demora. Nuestras sombras despertaron con el sol naciendo en el Este. Agaché la cabeza y observé la misma estampa que el día de la caída de mi hermano.

“¡Por Rohan!”- exclamé levantando mi espada.

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