Desperté en mitad de la noche. Poco a poco, la mortecina luz de la luna vino a mostrarse ante mis ojos. No podía moverme, pues estaba atado de pies y manos. A mi alrededor podía notar la presencia de al menos una decena de orcos. El olor a elfo también impregnaba la rústica choza sin tejado en la que estaba cautivo. Pronto reconocí el familiar aroma de mi hermano Genodat, así como el de mi tío.
- Por fin despiertas. Casi creía que te tendría que matar estando inconsciente. Sería una pena que no sufrieras, querido sobrino- me dijo secamente mi tío.
-¿Qué demonios pasa aquí?- vociferé al escuchar aquellas malignas palabras.
Las risas de los orcos situados a mi alrededor retumbaron en mi dolorida cabeza. Mi sangre hervía, y las palpitaciones de mi corazón aumentaron sin medida. No había que ser muy listo para percatarse de que existía un traidor en mi pueblo, y que no era otro que mi propio tío. Traté de maldecir, pero recibí una sonora bofetada de un orco pocos segundos después de haber sido puesto en pie por la fuerza.
- ¿Cuánto llevas planeando esto? ¿Por qué demonios lo haces?- le pregunté con tono arisco.
- Mi ciego y adorado sobrino, estoy harto de ser uno más en el reino de Thranduil, y pretendo conquistar nuestro reino en muy poco tiempo. Desafortunadamente, no vivirás para verlo, querido sobrino.