Supongo que nos pasa un poco a todos, y hoy os quería hablar de esos juegos a los que vuelvo cada cierto tiempo. Se trata de juegos que han estado presentes en mi vida a lo largo de muchos años y que, por ello, me aportan un refugio lúdico al que acudir cada vez que me quedo sin juegos nuevos. Se trata de una (espero) no tan extraña necesidad de encontrar calma y acudir a juegos que me aportan diversión en un entorno controlado y no frustrante, seguramente como contrapunto a ese demoníaco juego anteriormente llamado FIFA.
Empezaré con el juego más obvio de todos: Final Fantasy VII. Me refiero al original, al de Play Station Station 1, aunque también lo tengo en el móvil. Es el juego de mi vida y el que empiezo una y otra vez, aunque curiosamente no me interesa demasiado acabarlo. Se trata de un reto que repito cada x tiempo y en el que me marco mis propios objetivos personales. Entre ellos destaca una configuración de materias determinada para todos los personajes del grupo hace casi quince años, no matar a las armas esmeralda y rubí y, como decía, no terminar el juego.
Otro juego al que vuelvo, normalmente en verano, es Assassins Creed Black Flag. Sigue siendo el Assassins Creed que más me gusta por estilo de combate, temática y dimensiones del mapa. Ni excesivamente largo al estilo de los ambientados en Egipto o Grecia, ni demasiado desfasado en cuanto a mecánica como los de Ezio Collection. Pienso en este juego y me embarcó mentalmente (no pretendía ser un chiste) en el viaje de Edward desde un pirata de tres al cuarto al rey del caribe.