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viernes, 4 de octubre de 2024

Los restos de Númenor

Permitidme que desde las Tierras Imperecederas os dirija nuevamente la palabra. Es curioso cómo es inevitable echar la vista atrás y recordar episodios de mi estancia en la Tierra Media. No es de extrañar tampoco, pues allí nací y allí he vivido la mayor parte de mi existencia. Aunque mucho os he hablado de mí, creo no haberos hablado nunca antes con el sufiente detenimiento de Gilglin, mi madre.

Las palabras en élfico, lengua Ent o de los hombres se quedan cortas para describir el amor que tenía hacia Genodat y a mí,  y también se quedan cortas las palabras de aliento que recibimos de ella cuando los dos éramos a penas unos imberbes elfos de cien años que teníamos prácticamente vetado explorar el Bosque Negro.


Entre las principales preocupaciones de nuestra madre estaba que tanto Genodat como yo tuviéramos el mayor conocimiento posible de las Edades antiguas. Y una de las lecciones que repetíamos con más asiduidad es la de la caída de Númenor.

- ¿Qué nos enseña esta historia, Bindôlin? - preguntó mi madre una vez al acabar de contarnos cómo el mar había engullido la tierra.
- Que no debemos desafiar a Eru, madre - respondí yo.
- Eso y más, hijo. No debemos fiarnos de Sauron ni de sus siervos - replicaba ella.
- Pero Sauron cayó, madre. La última alianza de los elfos y los hombres lo abatió - se apresuró a apuntar mi hermano.
- Aunque Sauron fue derrotado, su ponzoña habita la Tierra Media. Orcos, trolls, huargos, todos ellos sirven sus planes aunque ya no esté en la Tierra Media - respondió mi madre. Desde luego, poco o nada podíamos anticipar el retorno de Sauron, pues quedaban más de diez siglos para que se alzara contra la Tierra Media.

Aquella charla se extendió durante horas. A mi madre le gustaba volver a detenerse en los detalles que nos había explicado, haciéndonos reflexionar en cada aspecto que entendía que nos podía hacer ver otros enfoques o puntos de vista. Aunque por aquel entonces no sabíamos apreciar la finalidad de aquellas conversaciones, con el tiempo y el lento paso de los años nos percatamos que parte de aquellas historias nos sirvieron para anticiparnos a movimientos del enemigo y de algunos que se llamaban amigos.

En mi cara se dibuja una sonrisa cada vez que recuerdo aquellas charlas, pero no puedo dejar de extrañarla cada vez que lo hago. Allí,  en la Tierra Media, bajo la sombra de un abedul descansa mi madre, Gilglin, hija de Aranwë, madre de Genodat y Bindôlin, esposa de Filas, siempre amada, siempre recordada, jamás olvidada.

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