Proseguimos la marcha tras el encuentro en la maligna oscuridad de aquellas grutas. De una u otra forma, la muerte de aquellos orcos parecía habernos dado un toque de atención, dejando a las claras que estábamos en una situación de la que podíamos no salir con vida. La preocupación era mayor en Genodat, aunque no por él, sino por mí. No me lo reconoció hasta años más tarde, pero en aquella larga campaña temió por mi vida, ya que mis habilidades no estaban plenamente desarrolladas por aquel entonces. Lo que no sabía era que yo iba a ser determinante en aquella ocasión.
El paso de nuestro grupo volvía a ser vivo a pesar del peligro creciente de aquellas cuevas. Tal vez por ello, nuestro sigilo era mayor que el que habíamos puesto hasta el momento para movernos por aquel lugar maldito. Tanto fue así, que nos topamos con unos orcos, apenas cinco de ellos, sin que se percatasen de nuestra presencia. Únicamente se dieron cuenta cuando nuestras flechas, lanzadas con la precisión habitual de nuestro pueblo, acabaron con su existencia.
Inspeccionamos a las inmundas criaturas en busca de alguna pista de qué era exactamente aquel lugar. De repente, me topé con un extraño medallón. El corazón se me encogió cuando reconocí lo que ante mis ojos había. Era un símbolo que me era conocido, casi grabado a fuego en mi joven mente. Aquel símbolo pertenecía a mi familia, y concretamente a la rama de mi tío Filas. Mostré con preocupación el objeto a mi hermano Genodat. ¿Acaso mi propio tío tenía que ver algo en todo aquello? ¿Podía ser posible que él fuera el origen del mal sobre mi pueblo? Yo lo desconocía, pero casi habíamos llegado al final de ese asunto...
Como siempre te felicito, reconozco que me tienes intrigado por saber que va a ocurrir.
ResponderEliminarMe alegro de que te gusten las historias de Bindôlin, Figu.
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar, y un abrazo.