Mi partida del hogar

Mucho tiempo había pasado desde la muerte de mi hermano, y mis profundos lamentos por su pérdida. Incluso, mucho había pasado de mi encuentro con Beorn. En resumen, se trataba sin duda de suficiente tiempo como para seguir con mi sino en la Tierra Media. No fue algo repentino, sino más bien un sentimiento creciente en mi ahogado corazón que se desbocó al comprender que mi hermano, mientras permaneciese en mi recuerdo, seguiría vivo allí donde yo fuera.

Recuerdo el día de mi partida. Era un martes lluvioso en mi amado Bosque, que por aquel entonces cedía inexorable a la sombra de Dol Guldur. Los viajeros, los animales, incluso los elfos de mi pueblo, estaban derrotados en su ánimo por lo que anidaba en corazón del Bosque Verde.

Eché un último vistazo a las cavernas de Thranduil, y mi corazón se encogió. Noté la extraña sensación del que cree que deja su hogar para siempre. Sin embargo, en esta ocasión no sería así. Comprobé por última vez mi equipo: mi arco, mis dagas, mi carcaj y mi inseparable espada. No demasiado usada por los elfos, me acompaña hoy en día tras muchas batallas.

Cuando mi ánimo se recuperó, sufrí un nuevo golpe, uno del que tardé mucho tiempo en recuperarme. De hecho, hay momentos en los que creo que esa herida no ha cicatrizado. Se trata, amigos míos, de la visión de Gilgin. Voto a tal que mi voluntad de abandonar mi hogar flaqueó como nunca al ver su rostro. Sus ojos vidriosos decían "No lo hagas", pero mi cabeza pudo más. Me di la vuelta, y marché al Este. Allí estaba mi destino.