Muchos años había caminado por la Tierra Media cuando me topé por primera vez con Beorn, el multiforme. Fue casi por casualidad, un encuentro tan inesperado como gratificante, tal y como podréis comprobar si seguís atendiéndome.
Ocurrió tiempo antes de la Guerra del Anillo. Mi amado Bosque Verde llevaba tiempo llamándose Negro por culpa de la oscura presencia del Nigromante. Pocas fechas antes, a decir verdad creo que no había hecho sino ocurrir la semana anterior, la batalla de los cinco ejércitos tuvo lugar a los pies de la Montaña Solitaria. Tal vez por ello, me aventuré a explorar los dominios de los demás pueblos involucrados en aquel enfrentamiento que estalló al calor de las riquezas de Smaug.
Volviendo a Beorn, me tope con él en La Carroca, lugar que protegía vigilando a aquellos que recorrían, a veces perdidos y en otras ocasiones conscientes de a dónde se dirigían, la linde Oeste del Bosque Negro.
- Extraño ver a un elfo lejos del cobijo de los árboles- señaló cuando me vio.
- Y extraño es ver a un hombre con esa pereicia con los animales- apunté mientras acariciaba un cuervo que se había posado a mis pies.
- No es tan extraño para mí, ¿Maese...?- preguntó, dando pie a que me presentase.
- Bindôlin, Bindôlin Filadut- me presenté cortésmente- Maese Beorn, aventuro a decir.
- En lo cierto está, Bindôlin.
No recuerdo la duración exacta ni todo sobre lo que versó aquella conversación, pero sí cómo el bueno de Zanger vino a interrumpir la charla con su habitual rudeza enana. Aquel primer encuentro dio pie a otros muchos, pero ellos, al igual que el modo en que había conocido a Zanger en la batalla de los cinco ejércitos, es otra historia.
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