Lo sé, hace tiempo que, nuevamente, he dejado desatendida esta santa casa. Precisamente la última entrada que publiqué trata de lo mismo que ésta: Final Fantasy XVI, pero es lo que pasa cuando se le complica a uno el tiempo libra para sentarse a escribir, y cuando ese tiempo libre lo dedica, precisamente, a jugar al juego del que va esta entrada. Hoy toca hablar de mis impresiones finales de esta última entrega de Final Fantasy.
Antes de nada, os aviso de que voy a revelar detalles de la trama, así que no me vengáis luego con quejas. Comenzamos por lo más básico: asumimos el rol de Clive Rosefield, primogénito del archiduque de Rosaria, que es uno de los muchos territorios de Valisthea. En este mundo hay una serie de cristales madre (porque esto es Final Fantasy) de los que emana la magia. Además de estos cristales madre hay otros cristales más pequeños que usan los portadores, los cuales son tratados poco menos que como no humanos. Por otra parte, existen los llamados dominantes, personas que pueden invocar a los eikon. Precisamente pronto aprendemos que Clive debería ser el dominante de Fénix, pero que no ha sido bendecido con ello. En cambio, es su hermano menor Joshua es el dominante de Fénix, lo cual lleva a la madre de ambos a despreciar a Clive y adorar a Joshua. También se nos presenta un personaje importante en la historia: Jill, que es la dominante de Shiva y que se cría junto a los hermanos como una más.
La historia se desarrolla rápido. Al principio del juego Rosaria es atacada precisamente porque la madre de Clive y Joshua traiciona a Rosaria aliándose con el Imperio de Sambreque. Sin embargo, todo sale mal y Joshua muere, o la menos eso es lo que nos hacen creer, al aparecer un segundo dominante de fuego con el que nadie contaba. La muerte de Joshua y del padre de ambos atormenta a Clive durante gran parte de su vida. La historia da un salto y muestra a Clive como un peón del Imperio de Sambreque. Es aquí donde sabemos del avance de las tierras estigias, que dejan yermo todo, y de las disputas entre los distintos reinos de Valisthea, dominantes mediante. No os aburriré mucho más con la trama, porque me quiero centrar en el juego en sí, pero os diré que a medida que avanzamos Clive descubre que es el segundo dominante de Fuego, que Joshua está vivo, y que va adquiriendo los poderes de otros dominantes a los que se va enfrentando durante la historia. Todo ello forma parte del plan de Artema, un ente que busca que Clive se fortalezca para que sea un mero recipiente de su poder.
Bueno, una vez soltada la chapa de la historia, la cual a veces es un tanto enrevesada y requiere repasar las palabras clave que el mismo juego destaca, os voy analizando mis impresiones en otros aspectos. Comenzando por la ambientación, os diré que ésta es marcadamente triste y medieval. Como parte de ese maltrato a los portadores del que os hablaba antes, muchos de los escenarios reflejan una absoluta falta de vida. Sí, empasta con la propia historia, pero a veces se hace excesivo. En muchas ocasiones me llevaba a recordar películas medievales que vi cuando era pequeño que trataban de la peste negra. Esa sensación de tristeza y oscuridad (en contraste con otros Final Fantasy mucho más amables y coloridos) te acompaña todo el juego y no te la puedes quitar de la cabeza. Por buscar un referente similar, es como cuando en Final Fantasy XV la noche se come al día y vuelve Noctis a escena después de años de ausencia. Como curiosidad, mi televisor se estropeó cuando empecé a jugar a Final Fantasy XVI (porque ya tenía 13 años, no porque el juego le haya hecho nada) y hasta yo creía que la oscuridad de la pantalla se debía al propio juego. Era como ver aquel episodio de juego de Tronos que grabaron casi por completo a oscuras.
Seguiremos con los personajes. Acompañamos a Clive y rápidamente conocemos de primera mano su tormento por lo que supuestamente ocurrió con Joshua en esa fatídica noche de traición de la que os hablaba antes. Diría que no hay Final Fantasy en el que al protagonista no le angustie una cosa u otra: marca de la casa. Clive me parece un personaje correcto, al que se tarda un poco en cogerle cariño, pero luego funciona bien en el papel que tiene. Junto a él tenemos a su fiel perro Torgal, que nos ayuda en combate de manera eficiente, y a Jill, a la que Clive trata como a una hermana pero que pronto vemos cómo va a ir desarrollándose la relación. Son los tres personajes con los que desarrollamos el juego, aunque querría destacar algún secundario, porque tenemos muchos. El principal es Cid, el dominante de Ramuh, que acoge a Clive y que está tratando de hacer del mundo un lugar mejor liberando a los portadores y creando una comunidad en su guarida en la que nos integramos rápidamente. La historia de Cid, por desgracia, es corta, ya que muere al poco de empezar el juego permitiendo a Clive dominar el poder de Ramuh, pero su impacto es esencial porque Clive continúa su legado asumiendo su nombre, creando una nueva guarida y ejecutando su plan: destruir los cristales madre. Otro de los secundarios con los que tratamos es la propia hija de Cid, Mid. Existen otros secundarios que nos acompañan durante todo el juego, como el bueno de Gav. La verdad es que a uno le sorprende cómo el único secundario que muere es Cid y los demás habitantes de la guarida sobreviven.
En cuanto a la mecánica del combate, es un sistema ágil en el que en gran parte de los combates estamos esquivando y bloqueando golpes, y usando las habilidades que nos proporcionan los eikon. Como os decía, contamos con la ayuda de Torgal y Jill, y eso facilita mucho las cosas. De hecho, no he encontrado grandes retos en el juego. Es cierto que algunos de los jefes principales eran más complejos pero, llegado cierto punto, los combates son sencillos. Diría incluso, por contraste, que mientras en Final Fantasy XV cada combate era un dolor porque cualquiera del grupo caía a cada rato, en esta nueva entrega no recuerdo apenas que me hayan matado. En fin, no sé si eso es buena señal o mala señal, pero ahí queda escrito.
Sigo con el sistema de misiones. No dejo de tener la sensación en los juegos de hoy en día de hacer de chico de los recados: ve a tal punto, lleva esto, mata a este monstruo aquí. Las misiones secundarias son un poco de ese modo en este nuevo Final Fantasy y, añado, en muchos casos son insufribles por la cantidad de charla insulsa que meten. Fuera de lo que es la historia principal me parece desesperante que para dos minutos de acción real de una misión secundaria (combate, entregar algo, etc.) te metan una chapa de conversación de diez minutos. La mayoría de las veces he tenido que avanzar rápido las conversaciones porque no aguantaba tanta pérdida de tiempo. Dejando de lado las misiones secundarias, lo que sí he de reconocer es que la historia principal me invitaba a seguir avanzando, y eso que provoca que el juego sea un poco lineal.
Por destacar algo adicional, os hablaré del combate contra las escorias. Se trata de rivales que podemos encontrar en el tablón de anuncios de Néctar, el mogurí que habita en la guarida (y que juraría que es el único que he visto en todo el juego), y que nos permiten (al igual que las otras misiones secundarias) sumar puntos para obtener objetos en el rincón del mecenas. Al verdad es que parte de lo más interesante del juego es ir sumando puntos (aunque sea con misiones odiosas) para desbloquear estos objetos. Un aspecto positivo de las escorias es que acceder a ellas es fácil al contrario con lo que ocurría con algunos de los monstruos “equivalentes” de Final Fantasy XV, en el que recuerdo algunos casos sangrantes en que para llegar al monstruo de turno tenías que tragarte una mazmorra de una hora como mínimo (tampoco acompañaba el sistema de combate y, como apuntaba antes, pasar más tiempo resucitando personajes que combatiendo).
En fin, termino ya. Este es un Final Fantasy que me ha incitado a seguir jugando, y en el que la historia principal me ha parecido buena, si bien no es mi favorita de la saga. Igual que digo esto, lo que tengo claro es que no me llama la atención lo suficiente como para rejugarlo, aunque esto es algo que me viene sucediendo con muchos juegos de un tiempo a esta parte.
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