Hace unas semanas os di mi ranking personal de la saga Assassins Creed (es increíble que siga necesitando buscar cómo se escribe) y las primeras impresiones sobre la última entrega de la saga: Mirage. Hoy, tras 54 horas y el 84% de los trofeos ganados, os traigo mis impresiones finales.
Comencemos por lo ya sabido. Nos adentramos en la piel de Bassim, de quien mantengo más o menos la misma opinión tras haber jugado a "su" juego. No tengo una afinidad muy grande por él. evidentemente no es Ezio, pero tampoco es Arno. Aun así, me han atraído más personajes secundarios de otros juegos de la saga que el propio Bassim. Al menos el juego nos sirve para descubrir su origen, su propios demonios, y de dónde viene lo que vimos en el final de Valhalla.
Más allá de eso, puedo confirmar bastantes cuestiones que apuntaba en la entrada con mis primeras impresiones: esta entrega al igual que otras muchas, no tiene ese "regusto" a Assassins Creed. No lo digo ya por el sistema de combate gracias al cual prácticamente puedes entrar a pegar palos a diestro y siniestro sin ningún respeto por el Credo, sino porque seguimos navegando en esa época anterior a la propia de la Hermandad: los ocultos. Tal vez por ello siento poco apego por la historia principal, en la que tampoco me voy a detener demasiado.
En lo que sí me voy a detener es en destacar un aspecto que estuve esperando durante todo el juego, y nunca se dio: por primera vez en mucho tiempo, da igual el mundo actual. Me explico: no salimos de la historia de Bassim en ningún momento. No vemos a templarios ni asesinos en la actualidad. No salimos del animus, si es que debemos entender que nos hemos conectado a él en algún momento del juego. Lo sé, en entradas de juegos anteriores de la saga critiqué el peso excesivo de la actualidad en detrimento de las historias del pasado, pero eso es una cosa y otra muy distinta no avanzar en la historia actual.