miércoles, 2 de febrero de 2011

La llegada a Belegost

Tras el altercado en las Torres Blancas, nuestra preocupación por la situación en la Tierra Media seguía en aumento. Aquella batalla me hizo reflexionar largo tiempo sobre la conveniencia de abandonar la Tierra Media y poner rumbo a las Tierras Imperecederas. Aquel viaje suponía dejar atrás a mis amigos, pero también implicaba abandonar para siempre la tierra que me vio nacer en la juventud de mis padres. Entre estos turbios pensamientos caminaba con mi grupo cuando a Zanger le sobrevino una extraña sensación. De ella brotó una necesidad que vino a trasladarme.

- Bindôlin, me da igual lo que hagas luego, pero necesito de tu ayuda una vez más, amigo mío- me dijo en aquel tono serio que sólo empleaba cuando la preocupación atormentaba su alma.

- Puedes contar conmigo hasta el último aliento, amigo mío- le repuse de inmediato.

- Belegost. Sé que es poco probable, pero tiempo atrás hubo un gran reino de los enanos y creo que puede haber todavía una importante colonia. Temo que hayan corrido un destino horrible con toda esta oscuridad que nos rodea. No está muy lejos, y no interrumpiría tu viaje más de lo debido.

- Tranquilo, amigo mío. Iniciemos la marcha hacia allí cuanto antes. Los puertos grises pueden esperar- añadí mientras cerraba mi mochila y ajustaba mi cinto.

Los siguientes días fueron de marcha constante. Todos estábamos deseosos de ayudar a Zanger en aquella marcha hacia Belegost, aunque el mago no veía aquella situación de buena gana “Más orcos y mucha muerte hallaremos en esas tierras. Sólo espero que la mía no se incluya en la lista de bajas” expresó con su habitual tono tosco. Por otra parte, y aunque no lo había mencionado, yo estaba convencido de que mi amigo enano estaba muy preocupado por Gahuit, un miembro de su pueblo que fue lo más cercano a un hermano para su abuelo. Mucho tiempo atrás el bueno de Gahuit había abandonado las cuevas de Zanger en busca de riquezas. No sé bien en qué momento ni de qué modo recibieron noticias de este enano, pero estaba convencido de haber escuchado en más de una ocasión a Zanger hablar de Belegost como hogar de Gahuit. En los ojos de Zanger brillaban a partes iguales la esperanza de ver con vida a Gahuit, y la ansiedad por llegar pronto a nuestro destino, por lo que aceleramos el ritmo todavía más.

Varios días pasaron hasta llegar a Belegost. Antaño cuna de valientes enanos, unas ruinas nos dieron la bienvenida. El cielo descargó su ira en forma de relámpagos y lluvia sobre nuestros agotados cuerpos. Por momentos, pareciera que el cielo nos fuera a sepultar bajo un manto de agua. Alzamos la vista, y con la relampagueante luz que descargaban las nubes vimos algo que jamás habríamos pensado. Se alzaba ante nosotros, amenazante, majestuoso, terrorífico como no lo era ningún otro ser en la Tierra Media. Se trataba de aquel que llamaban la boca de Sauron. Su sola presencia nos hizo dudar de nuestras propias fuerzas. Tras aquel terrible ser se agolpaba un ingente número de orcos. Nunca vi tantas de esas bestias juntas, y bien sabe Eru que nunca en mi vida las volveré a ver, pues de las cavernas de los enanos no paraban de salir decenas y decenas de esos horrendos seres.

Desenvainé mi espada, sabedor de que la batalla era inminente, pero cuál fue mi sorpresa cuando el viento nos trajo el limpio sonido de cuernos de guerra. Justo a mi espalda, el júbilo llenó el corazón y la garganta del mago como jamás había ocurrido antes.

- ¡Cirdan!- gritó con regocijo mientras el cielo quedaba atrapado en la oscuridad de una lluvia de flechas provocada por mis hermanos.

A día de hoy no sé cómo pudimos sobrevivir todos a aquella batalla, pero orgulloso me siento de haber salvado un enorme grupo de enanos de la boca de Sauron, que escapó a duras penas de nuestras armas. Sin embargo, Gahuit no corrió tanta suerte, pues la muerte le había sorprendido mucho antes de nuestra llegada a Belegost.

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