miércoles, 27 de abril de 2011

La vida sin Bindôlin

El enano se levantó quejicoso aquel día. Solía ser costumbre últimamente, pero no por ello dejó de alarmar al Dúnadan. Klos, disponiendo sus armas para la marcha hacia Gondor, trató de convencer al herrero de que se quedase en sus recién tomadas Montañas.

- ¡Ni hablar!- le repuso con su habitual mal carácter. - No le prometí a Bindôlin que cuidaría de ti para faltar  a mi palabra a las primeras de cambio.
- ¿Cuidar de mí?- preguntó incrédulo Klos.
- Sí, me lo pidió como un último favor, igual al que él me hizo para echar a los orcos de aquí- aclaró extendiendo las manos para señalar la cueva que los albergaba.
- Si así es...- musitó el Dúnadan esta vez.
- ¡Por supuesto!- repuso el enano. - Así que ya puedes desfruncir ese feo ceño tuyo, y poner rumbo a Minas Tirith. No creo que ese montaraz que dice ser vuestro Rey sepa si quiera blandir la espada.

Los dos compañeros salieron de Belegost con presteza. Klos no sabía si aquella promesa era cierta, pero sí hizo venir a su memoria algo que el elfo le dijo una vez "Cuando yo no esté entre vosotros, cuida de Zanger. No creo que lleve bien mi marcha". No sabía si aquel recuerdo era producto de su imaginación, pero no pudo evitar que su boca se torciera en una media sonrisa. Aquel había sido el último gesto de amistad de Bindôlin con ellos.

- Cuidar de tí... ¡Estúpido, elfo!- vociferó Zanger para deleite de Klos.    

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