La Valley estaba lista para que subiéramos a ella, pero el rayo tractor no estaba por la labor de permitirnos salir de aquella estación. En otra época y bajo otras circunstancias habría empezado una ensalada de tiros y que pasase lo que quisiera. Sin embargo, antes debía asegurarme de que mi tripulación estaba bien. Tras haber noqueado a Kate, y todavía algo turbado por su presencia, comencé a idear un rápido plan para escapar cuanto antes.
Entré en una sala lo bastante alejada de mi celda como para poder montar jaleo sin que cayeran sobre mí decenas de imperiales. Por fortuna, ni siquiera hizo falta. Allí, y tras ocultarme de un grupo de soldados que salían presurosos hacia la bahía de embarque, pude coger un traje de soldado de asalto y salir en busca de mi tripulación.
Con un rifle bláster en la mano todo se ve más sencillo, y tras meterme de lleno en la sala de control de celdas una idea brotó en mi mente. No me demoré mucho, y la puse en práctica. Conocía los mecanismos imperiales a la hora de hacer prisioneros, y aun a día de hoy los conozco a fondo. Unos cuantos créditos, o unas cuantas copas de algún licor de glándula de Tach bastan para que algún soldado de asalto descontento le ponga a uno al día. Fruto de ese conocimiento, sabía que Kate habría ordenado una movilización de mi tripulación hacia otro bloque de celdas, posiblemente opuesto al mío. Y ahí estaba yo, en el centro de mando, observando al oficial de seguridad. Nuevamente la suerte jugó a mi favor. No había ningún soldado con él.
- Cambio de turno- dije nada más entrar a aquella sala.
- ¿Tan pronto?- se extrañó el oficial de seguridad.
- Sí, necesitan a más oficiales en la bahía de embarque. Hay una visita de un consejero del Emperador.
- ¡Imposible! Al menos, no sin mi conocimiento.
- Señor, sólo le transmito lo que me han comunicado- me excusé.
- ¿Quién te lo ha comunicado? Esa sabandija de Tranus, ¿verdad? Siempre intenta quedar por encima de mí. Pues no será esta vez.
Sonreí con la certeza de que el casco me daba la cobertura necesaria para que mi rictus fuese indeferente. Nunca es mala idea hablar de superiores en una base del Imperio. En la que más y en la que menos, los oficiales se pelean por un poco más de notoriedad, y aquel era un ejemplo. Ese oficial tardaría algo de tiempo en darse cuenta del engaño, pero debía apresurarme. Inspeccioné el ordenador de la sala. Habría pagado un buen puñado de créditos porque Jayne se las hubiese ingeniado para escapar y me ayudase con ese lenguaje incomprensible. No sabía lo cerca que estaba de lamentar eso. Cuando noté su presencia, no me dio tiempo a abrir la boca.
- Maldito soldado ¡ZAS!
Todo fue oscuridad para mí. No sabía cuantas veces había perdido el sentido aquel día, pero seguro que no es nada bueno. Os lo aseguro. Mientras que yo yacía tumbado en aquella fría sala, Jayne me quitó el casco, y no pudo salir de su asombro al ver mi rostro.
- ¡Demonios!- aventuró a decir. Nos había puesto algo más complicado escapar, pero al menos había mostrado buenas dotes de huida, y la misma idea en la mente que yo mismo.
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