lunes, 6 de mayo de 2013

Al Oeste

Al Oeste, siempre me gustó ir hacia allí. No sabía muy bien por qué, pero al final de ese viaje quedaría marcada a fuego en mi corazón la razón de aquel impulso. Llené mi carcaj, ajuste mis botas, afilé mis dagas una vez más, y avancé.

Atrás quedó Rivendel, donde dejé amigos que durarían una eternidad. No exagero en la expresión. Cuando abandoné la Tierra Media mucho tiempo después, allí estaban, junto a mí en el último viaje, en el último hogar que he tenido y tendré. Quién sabe si aquella amistad forjada en la Tierra Media habría florecido en las Tierras Imperecederas. Sin embargo, y por fortuna, ese pensamiento no tiene cabida.



Volviendo al principio de aquel camino al Oeste, atrás quedaron las Montañas nubladas. En sus cumbres, las águilas anidaban trayendo con su batir de alas el olor del Bosque negro. Seguramente verían en sus vuelos uno y otro lado de la montañas, La Carroca, a mi viejo conocido Beorn... La nostalgia me golpeó una vez más, pero el horizonte esperaba, así que no me demoré más. 

Llevaba varias horas de camino en ese terreno llamado espesura que cubre lo que la vista de un humano alcanza. Para mí, parte del pueblo de los que despertaron en Cuiviénen, mis ojos me llevaban más allá, a la aldea de Bree, al Brandivino, a la Comarca, pero quedaba mucho para eso, y yo sólo había iniciado la marcha.

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