Subí al cuervo con fingido desinterés, como aquella primera vez en
Deralia. Sin embargo, podía apreciar la belleza de aquella nave en cada
modificación realizada por Jan. El hiperimpulsor jamás fallaría como en la huida
de Alderaan. Casi nos fríe esa maldita estrella de la muerte, y me prometí que
no volvería a subir a aquella nave sin que hubiesen hecho algo al respecto.
- Esto es lo que creo que es, ¿Verdad?
- Sí, cristales de sables de
luz.
- No es frecuente encontrarlos, y menos aún en tanta cantidad. ¿Dónde los habéis
conseguido?
- No hemos sido nosotros. Este es un cargamento interceptado al Imperio por la Alianza.
Eché un vistazo a la caja que contenía la mercancía. Ni un sólo
símbolo imperial. Nada que indicara que aquellos cristales habían estado a bordo
de nave alguna de los lacayos del Emperador.
- A no ser que Vader y el Emperador tengan más de dos brazos, no sé para qué quieren tantos cristales para sables de luz. Además, no veo marcas imperiales.
- El Imperio los encargó a contrabandistas. No querían dejar rastro. Creemos que son de
supervivientes de la Orden 66.
Me quedé helado. Hacía mucho tiempo que no había oído hablar de la Orden 66. Aquello me hizo recordar cuando comencé esta vida de contrabandista,
cuando decidí actuar al margen del Imperio. Inspeccioné las cajas
detenidamente.
- Estas cajas son mandalorianas. ¿Qué hace Fett con este
material?
- No ha sido Fett. Ha sido Mandalore.
Aquel nombre llevaba todavía más tiempo sin oírlo que la Orden 66.
No daba crédito a las palabras de Kyle.
- Claro. Mandalore... Y también Darth Revan, ¿no? Bueno, pues que
venga Jan, y vámonos. Ya me explicará ella lo que realmente pasa.
- Te hablo en serio, y Jan no viene. Al menos, no en el
cuervo. Debe estar ya camino de Ord Mantell con la Valley...
Entre la incredulidad por la noticia sobre un supuesto nuevo
Mandalore, y la prisa que llevaba Kyle, no reparé en lo verdaderamente grave de
aquel viaje: mi nave estaba en manos de otro.
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