martes, 6 de junio de 2023

Los bosques de Ithilien

En mi juventud no fueron pocas las veces en que mi padre Filas nos animó a mi hermano Genodat y a mí a conocer otros lugares de la Tierra Media. "Descubriréis mucho de vosotros mismos yendo a nuevos sitios, conociendo otras culturas y tratando con otras razas. Aunque el bosque Negro es vuestro hogar,  no desprecieis el resto de la Tierra Media. Algún día lamentareis no haberla recorrido más si no os aventurais más allá de vuestra zona de confort."

Esas palabras de mi padre me acompañaron en cada uno de mis viajes por la Tierra Media, especialmente en el primero que colmó mi corazón: Ithilien. Aquel viaje habia comenzado con la visita a Minas Tirith, la cual me pareció una ciudad majestuosa pero sin el gobierno de los reyes de antaño. Los senescales que la gobernaron durante casi toda mi vida no pueden compararse con la grandeza de los dunedain. Tal vez por ello, y por mi amor por los bosques, abandoné la ciudad blanca y me adentré en los bosques que tiempo más tarde serían recorridos por ciertos hobbits a los que tal vez conozcáis. 


Fue en aquellos bosques donde observé desde la distancia a los grupos de arqueros de Gondor que patrullaban la zona. Sus trajes verdes podrían servir para pasar inadvertidos a los ojos humanos, pero yo pertenezco a los primeros nacidos, y los descubrí cuando seguía el sonido del agua de un estanque que según ellos estaba prohibido. 

Me oculté largo rato viendo la ruta que tomaban los vigías del grupo, y rápidamente aprecié que aquel patrón tenía fallos, pues dejaba sin vigilancia varios tramos de la zona que rodeaba el estanque. El intervalo de tiempo en el que había libertad para que cualquier intruso pudiera acceder era más que suficiente para un elfo, e incluso podría bastar para un orco. Por ello, di una pequeña y amistosa lección a los hombres de Gondor.

- Buenos días - saludé a uno de los exploradores del grupo. Los arcos se tensaron y esquivé dos flechas con un salto que aproveché para posarme en el saliente de un roca cercana.
- ¿Quién eres? - preguntó el que parecía ser el jefe del grupo.
- Más que quién soy, que lo diré con gusto cuando Bromir, hijo de Bror, guarde su daga, os diré quién podría haber sido y los fallos de vuestra guardia.

Noté la confusión en las caras de los arqueros, pero su líder era suficientemente listo como para saber que si yo conocía el nombre de uno de los miembros de su grupo es que llevaba mucho tiempo observándolos y escuchando sus conversaciones privadas sin haber sido detectado. Con un gesto, los arcos se destensaron, las dagas se enfundaron, las espadas se envainaron y los rostros se relajaron. Con un gesto, Bromir me indicó que me sentara con él. 

- Toma, Minardil, hijo de Ardil, te devuelvo el puñal de tu padre.

La cara de sorpresa de Minardil fue solo el inicio de una larga charla que se demoró hasta el fin de aquel día, pero eso es otra historia.


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