Tras mi llegada a Umbar, me tomé mi tiempo para estudiar la ciudad. Mi cometido, que no era otro que salvar al hijo de un miembro de la nobleza de Gondor, había fracasado por el momento. El muchacho había desaparecido de la cárcel en la que había sido encerrado. Sin embargo, mi voluntad no había mermado un ápice, y estaba dispuesto a introducirme en los bajos fondos de Umbar, si acaso la ciudad no era toda un cúmulo de ellos.
Entré en una posada repleta de marineros, como no podía ser de otro modo. A juzgar por el trato que dispensaban a las camareras, no habían visto una mujer en mucho tiempo. Aquel comportamiento, tan desagradable para mí como gracioso para ellos, habría sido motivo de mi reprimenda si no hubiera sido porque me habría delatado. Otra razón para no comportarme como debiera era que aquella era la quinta posada que visitaba y la actitud de los hombres no variaba de una a otra. Por lo tanto, educar a aquellos sujetos era una pérdida de tiempo.
Al igual que en la anterior posada en la que había estado, los minutos pasaron y las jarras de cerveza comenzaron a hacer efecto en todos los presentes menos en mí. Desde mi posición, en una mesa ubicada en la oscuridad de uno de los rincones de la posada, pude ver el modo en que los corsarios malgastaban su vida.
Mi intuición me guió a un grupo de corsarios que presumían de su recién adquirido botín. Cualquier persona cautelosa habría guardado en secreto tal suma de monedas. Su cuantía, que tras más de una decena de rondas, parecía no mermar, bien podría corresponder al precio que alguien paga por un asesinato.
Me aproximé a los corsarios con paso cauteloso. Cuando más cerca estaba de la mesa, elegí la estrategia a seguir.
- ¿Dónde puede conseguir uno tal cantidad de monedas?- pregunté al corsario que más alardes hacía.
- Eso no es nada, elfo- respondió con desprecio. Se giró hacia uno de sus amigos. Pude ver que tenía una fea cicatriz en el rostro.
- Sí, se nos pagó cuatro veces más que esto por sacarlo de la cárcel, jaja- dejó escapar un corsario todavía más borracho y feo, si era posible.
Era evidente que algo tenían que ver con la desaparición del joven que estaba buscando. Sin embargo, mi intuición me decía que Ujadel, que así se llamaba el muchacho, seguía vivo. Por ello, traté de obtener más información de ellos.
Tras un primer rechazo y varias invitaciones infructuosas, un hábil truco de manos me facilitó lo que buscaba.
- ¡Lo ha convertido en vino!- exclamaron los corsarios al verme pasar la mano derecha por encima de la jarra de agua que había pedido.
Evidentemente, no había hecho tal cosa. Engañar a un borracho es fácil, pero lo es más todavía si uno tiene un veneno que tiñe de rojo el agua. Por supuesto, eso no lo sabían mis compañeros de mesa, que nada más ver el truco brindaron por su benefactora.
- ¡Por Aljgert!- vociferaron entre risas ahogadas en agua envenenada.
Me levanté y desaparecí esperando que el veneno les hiciera efecto. No habían acabado con el joven que buscaba, pero al liberarlo de la cárcel habían matado a más de una persona. El olor a sangre en sus ropas los delataba.
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