Vuelvo a vosotros para contaros no una historia de mi periplo o el de mi familia por la Tierra Media, sino para traer un relato del despertar de mi pueblo. En realidad, ni siquiera es un acontecimiento que os traslade directamente de uno de sus protagonistas, sino más bien de uno de los descendientes de éstos. Hoy me limito a trasmitir la historia del tataratatarabuelo de mi amigo Ëaredhel, que en la lengua de los hombres significa Elfo del mar.
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Ëaredhel, al que conocí en la madurez de su vida, me contaba que descendía de una rama de elfos que provenía directamente de los primeros nacidos en el lago Cuiviénen, el lugar creado por el derrumbe de la lámpara Illuin donde los hijos de Ilúvatar vinimos al mundo. Jamás tuve motivos para desconfiar de la versión de mi buen amigo a pesar de las malas lenguas que decían que sostenía aquella versión de su linaje sólo para ganar notoriedad. Cualquiera que conociera a Ëaredhel como yo lo hice, sabría ver la falsedad de tales acusaciones, ya que pocos elfos había tan desapegados a los aires de grandeza como él. De hecho, a menudo renegaba del pasado de nuestra raza, pues fue en aquellos oscuros tiempos en los que sucedieron terribles acontecimientos como la Nírnaeth Arnoediad, que siempre ha arrojado un halo de sombra en nuestras almas.
Intuyo que para Ëaredhel también había algún rastro de sombra cuando hablaba de su pasado. No era un tema que compartiera alegremente, ni que relatara a nadie en quien no confiara, y eso me hacía sospechar que albergaba algo de vergüenza por los acontecimientos vividos en el despertar del mundo en su familia. No podría asegurarlo, y tampoco se lo pregunté directamente, pues respetaba nuestra amistad por encima de todo, y ni siquiera mi familia está exenta de mácula en su historia más reciente, pero algo me decía que alguno de sus primeros ancestros cayeron presa de los engaños de Morgoth y fueron parte de aquellos primeros orcos que comenzaron a mancillar las creaciones que brotaron de la música de los Ainur.
Con el paso del tiempo, y al compartir venturas y desventuras durante mi paso por la Tierra Media, aprecié en Ëaredhel ciertas actitudes de la clara predisposición a mediar en los conflictos entre los distintos pueblos élficos de la Tierra Media. En efecto, a pesar de lo que los hombres quieran ver, muchos elfos desconfían de otros, seguramente por la semilla de odio instaurada tiempo atrás, y allí donde Ëaredhel encontraba algún altercado entre nuestros hermanos trataba de contenerlo y resolverlo antes de que pasara a mayores.
Poco os puedo contar más de Ëaredhel, pues decidió quedarse en la Tierra Media para surcar sus mares hasta el fin de los días en vez de acudir a las Tierras Imperecederas. Se comenta que su destreza con el manejo de su barco, el Aullido de Ulmo, no tienen comparación en la historia conocida, pero eso sólo lo dicen los buenos amigos de Ëaredhel que, como yo, añoramos su compañía.