Seguía desconcertado, pero las piezas encajaban definitivamente. Era el momento para que las cartas, de una vez, estuvieran encima de la mesa para todos. Galta me había explicado todo: el modo en que su hermana y ella habían ideado un plan para hacerle pasar por muerta, razón por la que el Imperio había dejado de perseguir a aquella abogada que cada vez tenía más simpatías de la Alianza. Me parecía un plan astuto, aunque me sentía traicionado por no haber sabido todo desde el principio.
Todavía sorprendido por el rumbo de los acontecimientos, observaba Coruscant desde la guarida de Galta y Kate, un almacén cercano a la plataforma en la que la Valley había aterrizado. Sentí la llegada de Galta a aquella habitación con el gran ventanal que permitía un vistazo al congestionado tráfico del centro del Imperio.
Cogí la botella de whisky que había en una mesa de la habitación y me serví una copa. El aroma de aquel licor evidenciaba su procedencia: Corellia. Galta se acercó a mí y no pudo sino esbozar una sonrisa.
- Te has adelantado a lo que te iba a decir- me dijo con gesto alegre.
- ¿Y qué era?- le pregunté echando un largo trago.
- Que probases la mercancía de contrabando que quiero que lleves hasta Deralia.
Aquella frase, cargada de significado para mí, suponía dejar a un lado el desconcierto de las últimas semanas. Volver a casa, volar con contrabando como carga, sentir la libertad de la Valley en el espacio, seguir volando...
- Me parece bien. El whisky, digo. Lo del viaje tengo que pensármelo- me marché de la habitación dejando a Galta con la palabra en la boca. En el fondo, ambos sabíamos qué iba a aceptar, pero no iba a dejar que fuera tan fácil. En mi cabeza ya rondaba una idea "Seguir volando..."
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