Los que leéis este reducto de frikismo cada semana, sabéis perfectamente de mi amor por la obra de J.R.R. Tolkien. Se trata de un amor incondicional, y duradero que no admite injerencias ni ataques. Es algo así como el amor que tengo por mi PS3 mi mujer. Y ese amor se ha visto herido por el señor Peter Jackson. Esta es la primera de tres entradas que, salvo atasco mental importante, pienso hacer sobre la adaptación cinematográfica de El Hobbit.
Para proseguir este no tan sesudo análisis de la trilogía de El Hobbit partamos de una idea esencial: no soy crítico de cine. Yo no voy a buscar los fallos o aciertos de las películas basándome en la interpretación de los actores, el montaje, la producción, ni cuestiones por el estilo. Simplemente voy a mostrar mi opinión basándome en una idea principal: mi amor por el libro de El Hobbit y si se ha respetado su espíritu. Así pues, vayamos con el análisis de El Hobbit: un viaje inesperado.
Para comenzar, he releído nuevamente mi libro de El Hobbit para poder ponerme en contexto de modo adecuado. He de decir que el comienzo de la película, con el encuentro de Bilbo y Gandalf es de lo más acertado que veo en ella. Me gusta que la película sea tan fiel con la conversación, o al menos con el corazón de la misma, e incluso puedo pasar por alto que la llegada de los enanos a la casa de Bilbo no sea del todo fiel al libro. En particular, pienso en la ausencia de capuchas y barbas de colores, pero bueno, puedo entender que esto se obviara. Sí se es fiel con las canciones de los enanos, que ocupan una buena parte de las primeras escenas, aunque seguramente a más de uno le den ganas de mirar a otro lado. Sin embargo, van muy con el tono del libro, y eso es respetable. Sin esas canciones, cuya presencia va menguando en la obra de Tolkien a medida que se avanza en la Guerra del Anillo, no estaríamos en El Hobbit.